Los que me conocen saben de mi devoción por el periodista de la moto Dennis Noyes. El norteamericano que vivía en Miraflores de la Sierra era un tipo que se cortaba poco al escribir, era bueno corriendo en España, y era un enamorado de las causas perdidas... vamos, que yo "de mayor" quería ser como él.
Claro, influido por su escritura, me convertí en ducatista, convencido a pies juntillas sus explicaciones de que valía más una moto ligera, manejable, con buen ciclo y con un motor fácil de llevar: que una inmensa, pesada, torpe y brutal cuatro cilindros. Vamos, que era mejor una Ducati SS o una Guzzi LeMans que cualquier "four" japonesa. Algo bonito de decir, pero muy difícil de creer... más viendo que los orientales cada vez tenían menos peso, mejor estabilidad y los motores eran cada vez más utilizables.
Pero de repente surgió en Italia un curioso triángulo Ducati-Cagiva-Bimota de donde surgieron motos como la sport-turismo Ducati Paso, la trail Cagiva Elefant o la deportiva que unió lo mejor del país de la bota: el motor desmo con el más preciso chasis y todo envuelto en una carrocería que marcaría historia... y copias más o menos afortunadas.
Esa Bimota DB-1 (Ducati-Bimota nº1) se convirtió por estética, chasis de Gran Premio, prestaciones correctas... y prohibitivo precio, en el sueño de cualquier "quemado"... y yo uno de ellos. Pues no soñé veces en rodar con una. Pues no aplaudí a Morante o a González de Nicolás cuando corrían con ellas en las Motociclismo Series. Y cuanto babeé a la salida de Sueca sentido Cullera apoyado en el escaparate de una tienda de coches que tenía una dentro con un cartel evita-moscones "no se vende".
En fin, un sueño. Totalmente irrealizable. Totalmente maravilloso.
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