3- Esta Vespa no se para nunca...
Tuve la suerte de tener una Vespa en una época en que las carreteras eran válidas para ella y mi “chasis” aguantaba kilómetros sin problemas. Tened en cuenta que la provincia de Valencia fue de las más perjudicadas en la ejecución de autovías a finales de los 80, por lo que los viajes eran por aquellas bellísimas pero lentas y peligrosas carreteras nacionales con su doble sentido, sus líneas continuas, sus cambios de rasante, sus curvas peligrosas, sus puentes estrechos, sus travesías de pueblos, sus puertos cerrados detrás de un camión que sube en primera… cuando no tiene que maniobrar… Ya digo, muy bonitas pero se hacía eterno el circular por ellas.
El primer Jarama con la Vespa |
Yo, jovencito que no llegaba a los veinte y con ganas de comerme el mundo, viajé con ella prácticamente por toda la mitad oriental de España, me picaba en puertos de montaña, era el mensajero más rápido de la ciudad, e incluso llegué a rodar en el circuito de Calafat, hasta que un recto en una curva me hizo replantearme la situación. Y la Vespa (un vehículo que yo no quería comprar, quería una Montesa Impala 2...) siempre aguantó todo lo que le hice, tanto en marcha como en parado. Porque si algo recuerdo de ella es que jamás me dejó tirado, jamás se averió más allá de un cable de embrague roto, y un par de pinchazos, fácilmente solucionados con la rueda de repuesto.
Para que veáis lo que era su fiabilidad, aquí esta historia:
Volvía de uno de esos montones de viajes que hice a ver a la familia de Alicante. Era una noche de verano sumamente agradable, con luna llena que ayudaba (mucho) a la poca luz del faro con bombilla convencional de 35W. Claro, con tanto poder lumínico no vi uno de esos “cráteres ibéricos” (Dennis Noyes dixit) que poblaban el asfalto. Una buena sacudida con crujido de espalda incluido… y la moto empieza a ratear.
Recordad que estamos hablando de finales de los ochenta, donde no habían gasolineras cada pocos kms, no habían puestos SOS, no habían móviles… si tenías una avería solo quedaba intentar arreglarla tú o esperar tener suerte y que te encontrara el Auxilio en Carretera de la Guardia Civil de Tráfico.
Bueno, pues ahí estoy yo, en una recta nacional sin circulación, a la luz de la luna, sin nada a la vista, y con el motor rateando… pero que no se paraba. En esta situación fui haciendo kms. hasta que a mi derecha vi un brillo a lo lejos. Al final veo que es una casona de campo, a unos trescientos metros de la carretera, que en la puerta tiene una bombilla encendida… y para allá que voy. Al llegar veo que un par de ancianos están cenando a la fresca bajo la luz. Les explico mi problema y que sólo quiero aprovecharme de la iluminación para ver qué pasa. Total, que con la moto en el caballete, traqueteando en un ralentí irregular pero sin pararse, quité el cófano que cubría el motor y ahí mi sorpresa: con el bache (en la Vespa el motor oficia de basculante) había saltado la pipa de la bujía, que se había quedado en un rincón, a unos cuatro dedos de la bujía… y ahí que llegaba un intermitente chorro de luz, un arco eléctrico que alimentaba de voltios al motor y que brillaba azulado en la oscuridad. Quité contacto, coloqué la pipa en su sitio, una patada y arrancó sin problemas… un muchas gracias, una sonrisa amable de los ancianos, y a continuar.
Ya digo, una moto formidable para su época… por mucho que ahora me oigáis llamarlas “moto-water”.
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