Miré un día la fecha del carnet de conducir, y me di cuenta que hace más de veinticinco años que aprobé el permiso importante, "el de moto", el A (en aquella época, A2). Así que me he propuesto daros un poco la brasa y contaros manías y anécdotas que me han ocurrido durante este tiempo. ¿Hasta cuando?... no lo sé, según me vaya acordando (algo difícil con este cerebro cada día más reblandecido que tengo)... o cuando digáis basta.
9- Apadrinando a "El Percherón"
Durante estos veinticinco años he salido a rodar con mucha, muchísima gente: en grupos grandes perteneciendo a moto-clubs; en salidas organizadas por mí o por otra gente; con algún amigo, vecino… o con un simple conocido. Nunca me ha importado demasiado qué moto llevaban, solo que tuvieran ganas de rodar, un ritmo “decente” y que no se paren cada dos por tres a fumar o hacer pipi. Tampoco pido mucho ¿no?
Claro, dicho esto, entenderéis que he “apadrinado” a muchos motoristas novatos. Desde mis primos Ricardo y David, a un compañero de trabajo recién llegado, muchos han sido los que he enseñado a trazar curvas, a como utilizar el motor, o simplemente lo he controlado para que se sintiera a gusto en su primera salida en grupo.
Uno de estos últimos fue “El Percherón”. Era un señor mayor (no sé, yo no tenía los treinta… quizá él tenía cincuenta… je, je, pues ahora ya no lo veo tan mayor), que cenaba con su mujer y su hija todos los viernes en el mismo bar de Xirivella donde nos juntábamos los del moto-club. Claro, como no éramos ruidosos, él escuchaba nuestras conversaciones de salidas, picadas, caídas y buen rollo... y al final quiso probarlo.
El primer problema surgió cuando compró una simple Yamaha SR 250. El aparato, conducido a nivel “abuelete-debutante” os podéis imaginar que era insufrible de esperar a poco que recorriéramos más de una decena de kms. Claro, si íbamos a almorzar a unos 70-100 kms con uno o varios puertos de montaña por el medio (lo normal), había que esperarlo mucho… demasiado. Encima, un día soltó algo así como “pues si estáis en la puerta del bar, no debéis esperar tanto”. El siguiente fin de semana cuando llegó nosotros estábamos pidiendo los cafés… y no habíamos encargado los bocadillos por teléfono ni nos habíamos sentado en una mesa sucia. Creo que entendió la indirecta.
Total, que al final vendió el “hierro” y se compró “un maquinón”… una Yamaha XS 400 del 83: bicilíndrica de unos 45 cv, seis marchas para buscar los caballos arriba, un freno de disco delante, tambor atrás, neumáticos finitos… aderezado con dos enormes maletas. Y claro, con semejante pepino, ya podía acompañarle su mujer…
El día de su debut lo tenía fácil: íbamos a la casa familiar de un miembro del club, que organizaba una comida. El lugar era un pueblo en provincia de Cuenca y la carretera era la A-3, casi todo autovía entonces. Además acababan de inaugurar el Viaducto de Buñol, por lo que ni siquiera teníamos que pasar por su bello, retorcido y peligroso puerto. Vamos, mejor para él imposible. Como me acompañaba mi entonces mujer, que se llevaba bien con la señora, me decidí a “apadrinarle”, controlando que no se perdieran.
Salimos de Valencia y la verdad es que la cosa iba bien. La pequeña bicilíndrica admitía un crucero de 140-150 km/h, por lo que no perdía cuerda. El problema surgió cuando llegamos a la subida de Chiva…. su faro cada vez se iba viendo más pequeño en mis retrovisores. Corto gas y, al final, ya arriba, me paro. Al momento se detiene detrás de mí y me dice que no sabe qué le pasa, que va perdiendo fuerza y no sube. Le insisto en que pruebe a continuar un poco más, y si sigue perdiendo fuerza, que dé la vuelta y regrese. Total, sale hecho un cohete y se planta otra vez a una velocidad decente. Me hace un gesto como que todo va bien y continuamos.
Así vamos hasta que llega el viaducto. Este, para los que no lo conozcáis, tiene tres carriles y una buena pendiente… camiones casi parados por la derecha, renqueantes turismos con poco motor por el medio… vamos, un pedazo de subida. Y aquí que la 400 vuelve a ir perdiendo fuelle. Me pongo a su lado en el arcén y le hago un gesto de que continúe mientras no se pare… hasta que lo hace. Yo le doy unos toques al gas, y el motor subía de vueltas con alegría, no se notaba ningún ruido raro ni problemas de carburación o alimentación. Total, que le digo que dé la vuelta en la siguiente salida, pero la pequeña vuelve a acelerar con alegría y al llegar al desvío me indica que todo vuelve a ir bien.
Así estuvimos “jugando” en todos los repechos de la vía: era ver una subida, y la XS se moría, llegaba un llano o una bajada, y se recuperaba. Al llegar al pueblo de la comida, los últimos destacados por supuesto, cogí su moto y me di una vuelta: sin problemas de motor más que su baja cilindrada, subí un puertecito cercano y no fallaba. Qué cosa más rara…
Llegó el momento de la comida, y en la mesa descubrimos qué era lo que le pasaba a la pobre 400. “Yo cuando acelero llevo el motor a tope y voy cambiando hasta sexta… -dijo Percherón- pero luego en las subidas no sé que pasa que cada vez pierde más vueltas hasta que el motor traquetea y se para” …. No será que…. “oye, tú cambias de marcha al subir los puertos… ¿no?” “¿Cambiar? No, yo subo con la más alta, como con el coche…” Vamos, que el buen hombre estaba intentando conseguir que una simple 400 bicilíndrica, con dos personas y maletas, subiera los puertos en sexta… ¡novato total!
Oye, a ti eso no te habrá ocurrido nunca… ¿no?
"A de Plata" sigue aquí:
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