Años después, comentándole la anécdota a Salvador Gascón (su mecenas y amigo personal, amén de gran cocinero) me dijo con una gran sonrisa algo así como “¿y no viste a un tipo grande con bigote detrás suyo diciéndole –Eres un cabrón, eres un cabrón- ?“
Así que, pese a que siempre se hablaba de Ángel Nieto y su cada vez más numerosa colección de títulos, yo prefería fijarme en ese tío bajito de bigote que tan campechano se veía. Le seguía en aquellas primeras carreras que empezó a emitir TVE (la única televisión en España, claro), y verlo tan peleón, tan entregado y tan cachondo cuando salía en la tele o lo entrevistaban en las revistas, que para mí superaba muy mucho al zamorano. Cuando Ricardo se paseaba arrasando en lluvia, o cuando salió en aquella última carrera del Mundial de 50cc. con una Garelli oficial que apenas conocía del jueves y con la que aplastó a la concurrencia, yo tenía claro que para mí no había otro. Ricardo, sin duda, era el mejor.
Fichó por Derbi en el regreso de la marca al recién creado Mundial de 80cc, con un jovencito espigado y narigón de delfín que lucía el mote de su abuelo. En entrenamientos pretemporada marcó unos tiempos increíbles. Se paseaba en el Nacional y en el Europeo, aunque la suerte falló en la primera del Mundial… Pero llegó el maldito día en que destrozó su pierna contra un coche probando en un polígono industrial. Operaciones, dolor, sufrimiento, y una pierna que jamás se recuperó. Todavía recuerdo con qué ilusión le aplaudimos a rabiar en aquella carrera de marzo del 85 en Cullera, donde Ricardo dio una vuelta conduciendo una BMW. Todavía recuerdo con que rabia se escuchaba que la pierna no respondía.
Ahí que fuimos, a escuchar a Ricardet como hablaba del supuesto Circuito que preparaban en Cheste la entonces incipiente Generalitat Valenciana… ese que se "inauguró" con una primera piedra con placa y desapareció hasta el monolito. Mientras, un joven piloto daba vueltas y saltos con una KTM de 80cc. Ricardo, en un momento de nuestra charla le dice al padre que pare al chaval. Sigue hablando con nosotros, se acerca a la moto, la aprieta un poco y le dice al padre “aflójale un poco el muelle… ¿no oyes como rebota antes de llegar a aquella curva?” Ricardo ni miraba el circuito. El chaval comenzó a rodar un segundo largo más rápido.
Pasaron los años y las noticias sobre él eran pocas y malas. Una pierna que no se cura, problemas familiares y luego la leucemia. Eso sí, muchas veces lo veías por las carreras del Territorial, ayudando con consejos o mecánica a pilotos. Participaba en campañas de concienciación del casco o de seguridad vial. Apadrinaba a jóvenes figuras de la tierra. Siempre atento. Siempre sencillo.
En las navidades de 1998 yo trabajaba en Játiva y vivía en Valencia. La desgraciada noticia corrió por la comarca, por la península, por el mundo: Ricardo no pudo ganar su última carrera contra la enfermedad. Cuando terminé mi turno a las seis de la mañana, una noche de frío intenso, cogí mi Yamaha (no es que fuera masoca, es que mi mujer necesitaba el coche… tocaba ir a trabajar en moto) y no dudé en antes de volver a casa acercarme al Polideportivo Ricardo Tormo de su Canals natal. Allí, con poca gente, fui recibido por la familia como si hubiera llegado alguien importante… supongo que verme con el traje de invierno helado influyó algo. Ahí le vi, ahí le honré por última vez.
El primer Gran Premio que se celebró en el Circuito Ricardo Tormo de la Comunidad Valenciana (¿en serio esperaba alguien que no se llamara así?) llovió a cántaros después de unos bellos entrenamientos con sol… sus condiciones de pista favoritas.
Unos años después se grabó La Forja de un Campeón, una magnífica película-documental en el que amigos y rivales cuentan como vivieron a Ricardo. Sólo por su valor humano, te recomiendo que la busques y la veas con tranquilidad.
Por todo esto y mucho mucho más, siempre que puedo, voy a su día, a gozar el olor del aceite dos tiempos, el sonido de tubarros y megáfonos, a escuchar bellas historias. A disfrutar del motociclismo.
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