Algunas motos de los 80 y 90 que marcaron el rumbo.
12- Deportivas: bicilíndricas de mas de 750cc -uno-
Ducati 916 (1994)
1986: Fabio Taglioni, Massimo Bordi y Gianluigi Mengoli con la Ducati 748 ie proto pre-851 |
Utilizando la misma base motor, Bordi creó cilindros con refrigeración líquida, culatas con doble árbol de levas y cuatro válvulas movidas por un sistema Desmo distinto al de Taglioni. Como alimentación dio el salto a la inyección electrónica, todavía muy básica en las motos pero que consideraba imprescindible para alimentar correctamente un bicilíndrico de gran cilindrada y potencia.
El motor fue probado durante dos años en todo tipo de competiciones y debutó en las tiendas con la 851 Strada "tricolore" en 1988, declarando 102cv... mucha diferencia con los Pantah F1 750 de apenas 80cv en versión "abierta". Gracias a sus victorias en diversos campeonatos (el mas importante W-SBK, donde ganaron tres titulos con Roche y Polen en 1990-91-92) las 851 evolucionaron rápidamente a las 888 de 118cv, con hasta cinco versiones SP, réplicas matriculables de las motos de carreras.
Ducati 851 |
Pero a las 851-888 todavía les faltaba "un algo". Con la rápida evolución que da las carreras las motos eran potentes, estables y rápidas en circuito. Pero estéticamente estaban fuera de los patrones que imperaban a principios de los 90, con esos carenados rechonchos y ese colín tan cargado. Así que para solucionarlo llegó la mágica capacidad de diseño de Massimo Tamburini, antiguo creador de Bimota y director en ese momento del CRC, el centro de diseño de Cagiva. Cuando presentó en 1994 el prototipo original de la 916 absolutamente todos estuvieron de acuerdo: habían creado una motocicleta que entraría con todos los honores en los anales del diseño. El motor subía a 916cc al alargar 2mm la carrera del 888 (94x66mm), declarando 114cv a 9.000rpm en su primera versión.
Lo realmente importante de la 916 estaba rodeando el motor: esa cúpula baja y ancha con los alargados faros en pleno borde; las tomas de admisión lateral; los paneles del carenado que disimulaban con maestría sus múltiples entradas y salidas de aire; el depósito alargado, estilizado, anclado encima del clásico chasis multitubular; el colín recortado, con sus tomas de refrigeración y ópticas encastradas; la pareja de silenciosos bajo él, creando una escuela que duró décadas; el basculante monobrazo tan bellamente tallado como otros centenares de piezas; y esa combinación entre el rojo de las fibras y el dorado de los metales... una escultura con ruedas estéticamente perfecta, ahora sí digna del país de Ferrari y Lamboghini.
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