03 junio, 2011

Voromv moto. CON EL "A DE PLATA" EN EL BOLSILLO. 8- El único (por ahora) hueso roto...

Miré un día la fecha del carnet de conducir, y me di cuenta que hace más de unos larguísimos veinticinco años que aprobé el permiso importante, "el de moto", el A (en aquella época, A2). Así que me he propuesto daros un poco la brasa y contaros manías y anécdotas que me han ocurrido durante este tiempo. ¿Hasta cuando?... no lo sé, según me vaya acordando (algo difícil con este cerebro cada día más reblandecido que tengo)... o cuando digáis basta.
8- El único (por ahora) hueso roto...
He de reconocerlo: en moto siempre he tenido una “potra” increíble. Para las animaladas que hago, realmente me caigo muy poco. Encima me hago poco daño, apenas he ido dos veces al hospital después de un revolcón, y siempre por mis medios, nada de ambulancia. Además, una de esas veces fue porque estaba haciendo “la mili” y estropee el uniforme… y había que justificarlo con un parte médico.
Claro, con esos antecedentes, sólo me he roto un hueso. ¿El motivo? El más antiguo de todos… una mujer.

A finales del 89, por carambolas del destino, estaba trabajando en la comarca de Osona, en el maravilloso interior de Barcelona. Sí, hacía más frío y mucha más humedad por las cercanías del río Ter que en mi Valencia natal, pero lo llevaba bien… eso sí, muy abrigado, porque no tenía coche e iba a todos lados con mi Suzuki GS 500… la “valenciana”.
Total, que me fui adaptando al medio: conocer a los “rayados” de Vic (que picadas más buenas), gimnasio donde aprender karate, demostrar en todas las discotecas “guapis” porqué los valencianos por entonces éramos los número uno en bailoteo…

Llevaba una temporada rondando a una chica de un pueblo cercano. Esa tarde fui a verla a su trabajo y al final quedamos para vernos en la discoteca esa noche. La charla duró más de lo debido y a mí se me acabó haciendo tarde, muy tarde, para llegar a karate. Y el sensei era insobornable: si llegabas tarde, no entrabas.
Así que dejé a la chica entrar en la fábrica, y como un cohete a buscar la bolsa del gimnasio al pueblo donde vivía. La llené rápido y de ahí zumbando al gim… demasiado rápido.

Aunque hubo un coche relativamente implicado, él no tuvo culpa de nada. El sitio era el siguiente: la carretera atravesaba un entonces incipiente polígono industrial y como era la época pre-rotondas, había una especie de “mix” en el medio, una rotonda de forma estiradamente ovalada, partida por la mitad por un enlace entre las dos partes del polígono. Vamos, que para un imitador de Eddie Lawson aquello era una especie de “chicane” después de un tramo rápido: frenada fuerte, curva de derechas, curva de izquierda con la rodilla rozando la hierba (que chulo quedaba el pantalón ligeramente verde) y cambio a derechas otra vez abriendo gas para la recta. Me lo conocía bien. 

Pero ese día algo cambió: un coche (creo que un ya entonces viejo Renault 4) salió del lado izquierdo del polígono, entró en el camino central y paró en el stop al verme llegar. Él lo hizo perfecto. Pero yo venía lanzado y claro, en mi curva de izquierdas (la de la hierba) estaba plantado el coche justo por donde pasaba mi cuerpo inclinado. Así que tuve que corregir un metro a mi derecha… el metro que me llevó donde más sucio estaba. De pronto estaba en el aire. Tuve la grandísima suerte que pasé a escasamente un metro de una farola, caí en la hierba del lateral derecho, hice un “trompo” judoka (una voltereta) y ya de pie aun pude ver como arrastraba la Suzuki… veinte mil, treinta mil, cuarenta mil pesetas…

Total, que nada de karate ese día. Media vuelta con la moto renqueando (perdí una pipa de bujía) y con el lateral izquierdo arañado. Al llegar al piso de soltero que compartía con mi hermano y  unos amiguetes, se pegaron unas risas a mi costa y yo tuve que pagar unas cervezas. Ducha para aliviar el dolor, una cena y vamos de marcha que es viernes. El plan era hacer unos cubatas antes de ir a la discoteca donde había quedado pero… la muñeca izquierda cada vez estaba más hinchada y me dolía más. Al final mi hermano insistió en ir al hospital, y con una “maravillosa” escayola –escafoides roto- de cabeza a la discoteca... porque el dolor es el dolor, pero con veintiypocos, el fin de semana es el fin de semana.


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