Después de trabajar un par de años fuera de mi provincia, regresé con mi Suzuki GS 500 E en el año 90. Mi primer impulso fue volver a recorrer aquellas carreteras que gozaba con mi Vespa.
Estaba en una de éstas cuando fui a visitar una fuente que había en un desvío, cerca de un conocido puerto de montaña. Allí bebí un poco e inicié esas simples conversaciones que se tienen en estos lados con unos lugareños que estaban llenando unas garrafas. Hablando de esto y aquello, salió el comentario de que si el camino de tierra que continuaba desde la fuente llevaba al pueblo que había al otro lado de la montaña.
-”No, no, este camino no lleva a ningún sitio”
¿A ningún sitio? ¿Cómo que a ningún sitio? Todos los caminos van a algún lado… ¿o no?
Pues nada, camino para adelante… al poco comienza a estrecharse y las piedras hacen acto de aparición. La sufrida GS 500 las iba digiriendo mal, luego muy mal, y luego fatal a medida que la pista comenzaba a complicarse con surcos, raíces y pedrulos que golpeaban inmisericordes con los bajos de la moto. Cuando me doy cuenta estaba en una bajada horrible, con los dos pies en el suelo, bloqueando la rueda delantera e intentando agarrarme como podía a los semimanillares. Al llegar abajo veo que tengo delante una buena subida… Pasando. Media vuelta ¡AR!
…O eso pensaba yo. La tremenda bajada que acababa de pasar, ahora era una subida digna de Carlos Mas. Comienzo a acelerar, la rueda trasera que salta y gira sin traccionar (presiones duras, precarga más dura), el manillar se sacude y, al final, la Susie y yo por los suelos. Menos mal que no pesa mucho. Otro intento… y otra vez la moto de lado y a catar polvo. Me empieza a llegar el acojone. Se está haciendo de noche, y estoy como mínimo a una hora andando, o dos, del pueblo más cercano. Venga, otra vez. Esta subo un cacho más antes de tener que parar. Otra vez. Otra…. Pierdo la cuenta de lo que me cuesta ir saliendo poco a poco, esquivando las piedras y surcos que el faro ya comienza a iluminar. Y, al final, llego a la fuente. Asfalto, por fin.
2003. Después de dos años corriendo con la Bultaco que mi amigo LionHeart me regaló, y de una muy complicada operación de muñeca, decido dejar el asfalto y “tirarme al monte”. Así que adiós a la Frontera 370, adiós a la TDM 850, hola Honda XR 600.
Con mi casco (el Mk-5… ¿recuerdas el anterior envío?), botas y pantalones nuevos, para la montaña que voy. Y como no conocía otro sitio mejor, me dirijo a aquella montaña con su puerto tan majo… y aquella fuente en la que casi abandono la GS… ¡Había llegado el momento de la venganza!
La verdad es que después de haber rodado unas cuantas veces por tierra con XT 350, TTE 600 o con la Bultaco, la XR iba sobrada por aquella pista. Sus suspensiones ni se inmutaban con aquellas piedras, aquellos surcos… la verdad es que ni me enteré que hice la bajada y subida siguiente… pero tuve que parar. El camino subía y subía, hasta casi la cima de la loma… y con un brusco giro de casi 180º se acababa en una pequeña explanada. ¡Esto no puede ser! ¡No es posible que no lleve a ningún sitio!.
Bajé de la moto y exploré a pie la agreste zona. No habían cultivos, ni panales, ni fuentes… no había nada. No llevaba a ningún lado.
Empate a uno, con la bola encalada.
Siete años haciendo el bruto con mi querida (y recordada) XR me demostraron que, efectivamente, en el monte algunas raras veces los caminos no llevan a ninguna parte. Simplemente mueren en una pequeña explanada que no da pistas de qué se hacía por aquella zona, qué motivó el hacerlos.
Pero fue una gozada descubrirlos. Sin duda.
"A de Plata" sigue aquí:
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