-Parte cinco- Saltar desde un trampolín a gran altura
Después de darle una buena tanda, mi mecánico me pasa el manillar. Le pone gasolina por enésima vez (¿cuánto bebe este monstruo?) y los consejos… ahora sí les presto absoluta atención: -“venga, unas pocas vueltas, que las pastillas de carbono empiezan a desaparecer y todavía no tengo recambio. Recuerda ponerlos calientes, lo mismo que las gomas, no aprietes la primera vuelta. Creo que he acertado con los reglajes para ti, un poco más duros de lo que a mí me gusta. Recuerda, hay que llevarla de lado. No lo intentes toda una vuelta… no estás preparado para ello. Eso sí, elige un par de curvas donde creas que puedes hacerlo e intenta cruzarla. Sabes hacerlo, pero eres tú el que se tiene que atrever a saltar desde un trampolín a gran altura”.
Lo mejor de todo es que, como siempre, él me ha dicho lo que yo pensaba. Acabo de darme cuenta que siempre lo ha hecho. La diferencia es que siempre lo había considerado todo como “una batallita de abuelo”, pero ahora es el consejo de un gran profesor. Y como su alumno aventajado, voy a intentar no defraudarle.
Un empujón, culo arriba y abajo, soltar embrague y con un agudo sonido el motor arranca sin problemas. Salgo despacio de pit, entro a pista y un toque al gas… arriba, como es normal en ella, solo que esta vez soy yo el que la provoca, con cuidado.
Una vuelta, dos. Disfruto lo agilísima que es, como cae en las curvas en un suspiro, como se levanta con solo pensarlo. Descubro como entra la potencia al rondar las 9000rpm, y que en algunos puntos podré empalmar marchas por encima de ahí. Debo acostumbrarme a que no retiene. Le cojo el aire con precaución a su frenada, buscando puntos de referencia impensables unas horas atrás, cuando llevaba simples motos de calle con una supuesta alta preparación. Tengo dos curvas en mente. Y llego a la primera.
El primer intento, el segundo, repetir a la siguiente vuelta. Nada. Apenas una deslizada, o una brusca cruzada. Tercera vuelta intentándolo. Y por fin algo he hecho. Hago la recta como si no existiera, freno, en la siguiente curva… Entro inclinado, no tanto como con la 1000, después de haber frenado hasta casi la mitad de curva. Abro con suavidad con el motor alto, noto como la rueda trasera empieza a salirse de trazada, oigo el motor subir unos centenares de vueltas… ya desliza. Y lo hago. Me tiro a la piscina. Aprieto fuerte la estribera exterior, empujo con la rodilla interior, se incorpora increíblemente rápido… ¡más gas! El motor cambia de sonido, comienza a chillar y la rueda trasera se va de lado, intentando adelantar a la delantera. No más gas, un poquito menos… mantente así… de lado, de lado… y maravillosamente la moto se endereza, noto como el neumático deja de derrapar y con un aligeramiento de dirección me lleva a una velocidad prodigiosa mientras la 500 se levanta y el motor pide una marcha más.
Corto. Una última vuelta, despacio, disfrutando su agilidad, su facilidad para los caballitos. En la curva donde lo he hecho, fuera de la trazada normal, la sombra de un neumático que se ha quemado en el suelo. Mi firma, su firma.
Epílogo
Acabo de llegar a casa de mi mecánico, con dos enormes pizzas y un montón de cerveza. Su mujer me recibe con una sonrisa, mezcla de alivio y orgullo por ver que hemos sobrevivido a la experiencia. La cena es acompañada por magníficos videos de carreras de 500cc: grandes grupos, grandes derrapadas… grandes caídas.
En la puerta de su casa, en las despedidas, mi mecánico me mira con una sonrisilla y me suelta un simple “hasta mañana”. Y, por segunda vez hoy, me vuelvo a tirar a la piscina desde un trampolín bien alto: “Estaba pensando que el miércoles tenemos un hueco en el circuito… y tienes que devolver la 500 el viernes ¿no?” le suelto a mi mecánico a bocajarro. Su sonrisilla se transforma en una sonrisa plena…
Dedicado a Dennis Noyes y César Agüí… con sus humildes pruebas ellos me hicieron imaginarlo.
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